11/06/2009

DOS SACRAMENTOS:El sacerdocio Y el matrimonio

EL SACERDOCIO
No seas de los que dicen una cosa y hacen otra
Todos somos débiles, lo admito, pero el Señor ha puesto en nuestras manos los medios con que poder ayudar fácilmente, si queremos, esta debilidad. Algún sacerdote querría tener aquella integridad de vida que sabe se le demanda, querría ser continente y vivir una vida angélica, como exige su condición, pero no piensa en emplear los medios requeridos para ello: ayunar, orar, evitar el trato con los malos y las familiaridades dañinas y peligrosas. Algún otro se queja de que, cuando va a salmodiar o a celebrar la misa, al momento le acuden a la mente mil cosas que lo distraen de Dios; pero éste, antes de ir al coro o a celebrar la misa, ¿qué ha hecho en la sacristía, cómo se ha preparado, qué medios ha puesto en práctica para mantener la atención?
¿Quieres que te enseñe cómo irás progresando en la virtud y, si ya estuviste atento en el coro, cómo la próxima vez lo estarás más aún y tu culto será más agradable a Dios? Oye lo que voy a decirte. Si ya arde en ti el fuego del amor divino, por pequeño que éste sea, no lo saques fuera en seguida, no lo expongas al viento, mantén el fogón protegido para que no se enfríe y pierda el calor; esto es, aparta cuanto puedas las distracciones, conserva el recogimiento, evita las conversaciones inútiles. ¿Estás dedicado a la predicación y la enseñanza? Estudia y ocúpate en todo lo necesario para el recto ejercicio de este cargo; procura antes que todo predicar con tu vida y costumbres, no sea que, al ver que una cosa es lo que dices y otra lo que haces, se burlen de tus palabras meneando la cabeza. ¿Ejerces la cura de almas? No por ello olvides la cura de ti mismo, ni te entregues tan pródigamente a los demás que no quede para ti nada de ti mismo; porque es necesario, ciertamente, que te acuerdes de las almas a cuyo frente estás, pero no de manera que te olvides de ti. Sabedlo, hermanos, nada es tan necesario para los clérigos como la oración mental; ella debe preceder, acompañar y seguir nuestras acciones: Salmodiaré -dice el salmista- y entenderé. Si administras los sacramentos, hermano, medita lo que haces; si celebras la misa, medita lo que ofreces; si salmodias en el coro, medita a quién hablas y qué es lo que hablas; si diriges las almas, medita con qué sangre han sido lavadas, y así hacedlo todo con espíritu de caridad; así venceremos fácilmente las innumerables dificultades que inevitablemente experimentamos cada día (ya que esto forma parte de nuestra condición); así tendremos fuerzas para dar a luz a Cristo en nosotros y en los demás. Del sermón pronunciado por san Carlos Borromeo en el último sínodo (Acta Ecclesiae Mediolanensis, Milán 1599, 1177-1178)
EL MATRIMONIO
Revista On Line - Año IX - Nº 418 - Iglesia y Sociedad - Revista On Line del sitio Web de SAN PABLO
¿Crisis matrimonial o crisis existencial?
El matrimonio, como todas las instituciones sociales, atraviesa una gran crisis. Esto no es noticia, no tiene gusto a novedad, ni sabe a exclusivo. Simplemente pretendo echar una mirada sobre un aspecto que quizá se relaciona con la crisis y el desencanto generacional, con la mayoría de los aspectos vinculados al “ser” y “el hacer” en la posmodernidad. No se trata de entender la situación matrimonial como obsoleta o presentar un cambio en el seno de esta forma de vida. La situación existencial del hombre en busca de la felicidad y de un sentido encierra un gran abanico de posibilidades que, tal vez, el matrimonio empobrezca o entorpezca de acuerdo con los valores actuales. Sin querer definir o describir el matrimonio como una traba para la realización o un encerrado sistema, podríamos entender que, desde la perspectiva del hombre y la mujer de hoy, el replanteo existencial, ante la posibilidad de formar una pareja unida en matrimonio, exige una decisión pensada y tomada con mucha responsabilidad. Frente a la decisión fundamental de casarse, la persona sabe que muere a algo para nacer a una nueva etapa de proyectos comunes, renunciando a una cómoda vida solitaria para iniciar una vida común sobre la base del amor. El matrimonio cristiano, además, supone y requiere la fe de ambos. Cuando no haya pasión, cuando se apague el cariño y se termine la novedad del “otro”, todo se sostendrá por la fe en Dios y en el “otro”. Sería muy difícil mantener un matrimonio y una familia basada en Cristo sin la auténtica vida de fe. Como dice el Ritual del Matrimonio: “Casarse por la Iglesia… es una auténtica confesión de fe ante la comunidad cristiana reunida, que exige de los novios una madurez en la misma fe” (RM 11, n° 21). La crisis del matrimonio, en realidad, es la crisis existencial del hombre y la mujer. Las instituciones que, en una época, dieron respuestas al “deber ser”, ahora se encuentran en franca retirada. No es que el matrimonio haya perdido valor, sino que demanda valor para vivirlo y sostenerlo en el tiempo. La incertidumbre de creencias y de costumbres pone en duda aquellos ideales que, en otro momento, fueron permanentes. La rebeldía del hombre de hoy no tiene ideales claros, sino espejismos, no sueña con un mundo mejor, sino con abandonar lo permanente, porque resulta demasiado pesado. No es tiempo de “moralinas” o consejos que satisfagan al gusto del consumidor, se trata de entender que la crisis puede ser cimiento de una nueva construcción. Como enuncia el Catecismo: el matrimonio es “un consorcio permanente entre un hombre y una mujer, ordenado al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos” (CIC 1055.1096). Esto implica renuncias, entrega, paciencia y madurez. La vida de los padres se realiza en la crianza, cuidado, educación de los hijos y en la unidad matrimonial. La vida profesional corre paralela al cotidiano familiar, pero ni una ni otra pueden ser invadidas, aunque haya momentos donde se puede dedicar más a una que a otra. Es así, la vida matrimonial conlleva renunciar para construir una vida en común. No soporta el mezquino provecho, ni la ganancia individual, sino que prospera en el encuentro y proyecto común. El matrimonio es renuncia y también ganancia: en hijos, alegría, compañía. Es paciencia, pero, además, es recompensa en ternura, cariño, seguridad. El matrimonio es rutina, pero, asimismo, es novedad y crecimiento. La idea de seguir viviendo como soltero, en el matrimonio, está equivocada. No se puede pensar en una vida libre, mientras la familia espera en el hogar. Ese mundo laboral o académico que se dibuja personalmente en detrimento de la vida de pareja y familiar, acelera el fin. Tanto una madre que se dedica demasiado a sus hijos y descuida a su marido, como un esposo absorbido por un oficio o profesión facilitan la destrucción primero de la intimidad conyugal y luego de la familia. El varón es esposo “y” padre, no esposo “o” padre. La mujer es esposa “y” madre, no es madre “o” esposa. Ambos roles y perfiles coexisten, ninguno debe fagocitar al otro. La vida del amor en pareja es una gracia de Dios que quiso que la familia humana se iniciara en un encuentro íntimo y placentero. El Catecismo de la Iglesia Católica entiende que los fines del matrimonio son de orden unitivo (unión íntima sexual, genitalidad, erotismo, amistad conyugal, ayuda mutua, entrega incondicional espiritual, psicológica, afectiva y física) y procreativo (frutos de la unión y del amor estable, son los hijos [CEC 1641 1660 1664 2201. CIC 1055.1096. LG 11.41]). La recreación y la novedad del matrimonio no son responsabilidad de algún factor externo, sino exclusiva responsabilidad de los esposos. Cuando uno de ellos pierde el sentido por lo nuevo, lo recreativo, lo lúdico, los pequeños gestos, las delicadezas cotidianas, entonces, se hace cargo de la muerte lenta o deterioro irreparable.
Si uno de los dos entiende que su propia vida es más importante que el matrimonio, estamos ante una crisis que puede provocar duras consecuencias. El matrimonio es posible, porque ambos abandonan algo propio para ganar mucho en asociación. Dejando de lado feminismos y machismos, el matrimonio es un acuerdo de voluntades, en él se encarnan las aspiraciones más profundas del hombre y la mujer de convivir solidariamente, aunque no se pueden exigir perfiles maternos a los padres y funciones paternas a las madres. Cada cosa en su lugar funciona bien, y estimulado mucho mejor. Con el calor de vida de pareja, se enciende el clima de familia, y los hijos crecen en el ámbito afectivo sano y edificante. El matrimonio cristiano es un sacramento, es decir un signo visible, sensible: dos seres humanos que se aman. Es eficaz: la formación de una familia. La gracia de Dios actúa plenificando la pareja y asistiendo la generación de los hijos. No hay nada más maravilloso que el comienzo de la vida a la luz y calor del amor de pareja. Recrear, renovar y disfrutar de la maravilla del matrimonio es reconocer, en el otro, ese mismo amor de Dios que nos ama.