11/20/2009

FIESTA DE CRISTO REY


Siempre fue motivo de debate y discusión el complemento al nombre dado a Jesús, llamándolo Cristo - “Rey”. Sin duda, hoy más que nunca, no nos parece oportuno presentarlo ni imaginarlo a Jesús metido en el boato de una corte, entre decenas de dependientes y esclavos modernos puestos a su pleno servicio. Además, los reyes existentes “son reyes constitucionales. No son mucho más allá que una figura decorativa, que representa al Estado.” Pero ciertamente tampoco en los tiempos de Jesús los reyes eran modelos a imitar y menos aún, que fueran la imagen de un servidor humilde como Jesús. Su llegada humilde al mundo y su vida oculta en Nazaret testimoniaron lo que se había preanunciado de él “Él, nos recuerda san Pablo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se vació de sí mismo, tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombres.” (Filipenses, 2, 6-7). Tampoco, quizás, sea muy feliz la otra expresión “Rey del Universo”, si queda resonando por debajo esas palabras la imagen de un rey como lo consideramos en nuestros días. Lo del “universo” pareciera que le da mayor alcance aún –diríamos, total- a su imperio. O sea, se nos escaparía en esa perspectiva la enorme e indiscutible verdad que hay detrás de Jesús, el Mesías. Su “reino”, ¿es o no de este mundo? Ciertamente, Jesús tranquilizó a Pilato en el juicio, diciendo que el reino al que él se refería por la acusación de los sumos sacerdotes como rebelión ante el poder romano, no era tal; que no tenía nada que temer. Pero también agregó que había venido al mundo para reinar, que su reino ya había comenzado y que su reino está entre nosotros (Lucas 17, 20-21). ¿En qué consiste, entonces, ese “reino” de Jesús? “Lo hemos ido viendo a lo largo de todo el año litúrgico que hoy, con esta celebración, termina. Hemos recorrido paso a paso los misterios de la vida de Jesús. Con el Adviento nos preparamos para la celebración de su nacimiento, luego vino el gozo de la Navidad. Más adelante, la Cuaresma nos llamó a la conversión necesaria para celebrar la Semana Pascual, que culminó con la Resurrección de Jesús, que celebramos durante todo el tiempo de Pascua. Domingo a domingo hemos ido escuchando su palabra, conociendo su estilo de vida, su forma de relacionarse con los demás. ¿Es posible que digamos que no sabemos en qué consiste su “reino”?
Todos hijos, todos hermanos Su reino es de amor y misericordia, de comprensión y perdón, de acogida para los alejados, de generosidad con todos. Su reino es toda una forma de convivencia entre las personas en la que se parte de un principio básico: somos hijos del mismo padre y, por eso, somos hermanos. Lo que tenemos, lo que somos, lo compartimos. Y esa es la única forma de alcanzar la plenitud, nuestra plenitud. Ese es el reino de Jesús. Eso es lo que hoy celebramos en esta fiesta con la que termina el año litúrgico. Pilatos no entendió lo que le decía Jesús. Probablemente no le pareció más que un loco potencialmente peligroso. Por eso lo condenó. Hoy nosotros, desde la perspectiva de la fe, deberíamos saber que el poder de Jesús es mucho más fuerte que el de Pilatos. Pilatos tiene la violencia de las armas. Jesús tiene la fuerza del amor, del perdón y de la misericordia. Pilatos, con su violencia, puede destruir pero sólo Jesús puede construir porque sólo el amor construye y abre nuevas posibilidades de vida. Si creemos en Jesús es hora de alistarnos en sus filas y avanzar bajo su bandera. Jesús es de verdad todopoderoso. Sólo con él podremos construir un mundo nuevo. Así pues, el evangelista deja claro en que consiste la dimensión mesiánica y real de Jesús, no se trata de un rey al estilo de los reinados temporales, sino al estilo que ya se había entrevisto en el Primer Testamento desde la entrega, desde el servicio al proyecto del Padre, que es ante todo la justicia esa es la verdad para Juan, el proyecto del Padre encarnado en Jesús. Si proyectamos el reinado de Jesús a una categoría extramundana, es dejar de reconocer su compromiso y su incidencia en los asuntos del diario vivir durante todo su ministerio público, desde Galilea hasta Jerusalén, si hubiera sido de carácter «espiritual», no se hubiera visto enfrentado a las autoridades Judías, es más, desde una cueva en el desierto hubiera podido decir lo que tenía que decir y punto. Otra consecuencia que deriva de una falsa interpretación de esa expresión tiene que ver con el cristiano en cuanto tal. Para quienes creen que Jesús y su obra «no son de este mundo», lo más práctico es no inmiscuirse en asuntos temporales, lo mejor es no «meterse en problemas...». desafortunadamente esta corriente cuenta con demasiados adeptos tanto en el campo católico como en el no católico. Mientras cuatro evangelistas, equivale a decir cuatro de las comunidades primitivas (entre muchas que seguro habían) nos legan un testimonio de abierto compromiso de Jesús con la causa de su Padre expresada en los pobres, un par de versículos que reflejan apenas una mínima parte del pensamiento joaneo sobre Jesús, vienen a convertirse en el argumento «definitivo» para sustraer a Jesús de su concreto compromiso político y social con su generación y de su intención de que sus seguidores hicieran lo mismo. No es necesario ni conveniente subrayar tanto la «realeza» de Jesús si ello implica tergiversar su auténtico y efectivo proyecto de vida; hace mucho daño, sobre todo a los más oprimidos, presentar esa imagen monárquica y principesca de un Jesús que, en verdad, dedicó toda su vida y sus energías a desenmascarar y a luchar contra ese tipo de estructuras. ¿Qué son, si no, las bienaventuranzas de Jesús y las obras de misericordia, tanto espiritual como material?