12/05/2009

PREPARANDO EL PESEBRE

¿Con qué disposición del corazón lo hacemos?
Fue llamativa la catequesis que hizo el Papa este miércoles 2 de diciembre a los peregrinos que fueron a escucharlo. Después de presentar la figura de San Bernardo la semana anterior, destacó en esta oportunidad la doctrina espiritual de Guillermo de San Thierry, contemporáneo de Bernardo. Una de sus primeras obras (decía el Papa) se titula De la naturaleza y la dignidad del amor). En ella se expresa una de las ideas fundamentales de Guillermo, válida también para nosotros. La energía principal que mueve al alma humana -dice él- es el amor. La naturaleza humana, en su esencia más profunda, consiste en amar. En definitiva, una sola tarea es confiada a todo ser humano: aprender a querer, a amar sinceramente, auténticamente, gratuitamente. Pero sólo en la escuela de Dios esta tarea se cumple y el hombre puede alcanzar el fin para el que ha sido creado. Escribe en efecto Guillermo: "El arte de las artes es el arte del amor... El amor es suscitado por el Creador de la naturaleza. El amor es una fuerza del alma, que la conduce como por un lugar natural al lugar y al fin que le es propio". Aprender a amar requiere un largo y comprometido camino, que es articulado por Guillermo en cuatro etapas, correspondientes a la edad del hombre: la infancia, la juventud, la madurez y la vejez. En este itinerario la persona debe imponerse una ascética eficaz, un fuerte control de sí mismo para eliminar todo afecto desordenado, toda concesión al egoísmo, y unificar la propia vida en Dios, fuente, meta y fuerza del amor, hasta alcanzar la cima de la vida espiritual, que Guillermo define como "sabiduría". Al final de este itinerario ascético, se experimenta una gran serenidad y dulzura. Todas las facultades del hombre -inteligencia, voluntad, afectos- reposan en Dios, conocido y amado en Cristo. También en otras obras, Guillermo habla de esta radical vocación al amor a Dios, que constituye el secreto de una vida de éxito y feliz, y que él describe como un deseo incesante y creciente, inspirado por Dios mismo en el corazón del hombre. En una meditación él dice que el objeto de este amor es el Amor con la "A" mayúscula, es decir, Dios. Es él quien se traslada al corazón de quien ama y le hace apto para recibirle. Se da hasta saciar y de tal modo, que desde esta saciedad, el deseo no disminuye nunca. Este torrente de amor es la plenitud del hombre". Llama la atención el hecho de que Guillermo, al hablar del amor de Dios, atribuya una notable importancia a la dimensión afectiva. En el fondo, queridos amigos, nuestro corazón está hecho de carne, y cuando amamos a Dios, que es el Amor mismo, ¿cómo no expresar en esta relación con el Señor también nuestros sentimientos más humanos, como la ternura, la sensibilidad, la delicadeza? ¡El Señor mismo, haciéndose hombre, ha querido amarnos con un corazón de carne!