3/20/2010

mensaje del Obispo Padre Juan Carlos Romanin, con motivo del cambio de parroco en la Iglesia San Juan Bosco

Río Gallegos, 21 de marzo de 2010
Queridos hermanos todos:
Entramos en la última semana de Cuaresma. Semana de la misericordia, de la obra renovadora de Dios. Semana de nuestro canto gozoso por las grandes obras que cada día El hace en nosotros.
El profeta Isaías comienza diciendo: “No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?” (Is. 43, 16-21).
A veces queremos que las cosas sean “como antes”, o “como siempre”. Sin embargo, vemos a diario que la vida es dinámica: todo va cambiando. Y en esos cambios, se nos presenta el desafío de encontrar lo que Dios va haciendo y construyendo. Buscamos y elegimos al Dios de la Vida, que nos señala nuevos caminos en nuevos tiempos.
Y para poder encontrarnos con Dios necesitamos de un lugar, de un espacio, de un tiempo, para poder rezar y hablar con El. El Evangelio nos invita a mirar a Jesús, que “fue a monte de los Olivos… y al amanecer, volvió al templo.”
Con el corazón lleno de Dios enfrenta una situación delicada: una mujer que había sido sorprendida en adulterio… Jesús no duda: condena el pecado. Salva al pecador.
Se contraponen dos espíritus y dos actitudes: lo viejo y lo nuevo, la ley y el amor.
Lo ponen a prueba: “debes elegir entre salvar la Ley o salvar al pecador”. Jesús elige al hombre prostituído, al enfermo. Final simple y tierno: la mujer pecadora “se levanta”. Comienza a recorrer el camino de la libertad: libre de la ley y libre del pecado.
Jesús es duro con el pecado, que destruye y esclaviza. El pecado es todo lo que atenta contra nuestra dignidad de hombres, lo que nos impide crecer y madurar, nos avergüenza y humilla (envidias, celos, violencias, injusticias, odios, sobornos…).
Es muy clara la pedagogía de Jesús: no castiga, porque el castigo no libera. Jesús es juez y amigo, que aconseja con firmeza: quiere salvar. En el silencio de la mujer, descubre su dolor y su arrepentimiento, en su humillación y vergüenza, descubre su dignidad perdida. Es suficiente: ese es su castigo.
Jesús la quiere salvar, no tanto de las piedras, sino de sí misma. Jesús se revela con un gran corazón comprensivo. Y es capaz de hacer de la pecadora, una mujer nueva, porque cree en ella, la espera, confía. Esta es la novedad de Dios: “yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?”
Encontramos también un gran respeto: ni una pregunta indiscreta, nada de curiosidad. No podemos tener en el corazón el deseo de condenar a nadie. Hay que agotar hasta el extremo todos los recursos para salvar y ayudar al que está caído. El juicio, en el Evangelio, siempre termina con un hombre que se levanta, que se pone de pie, que comienza a caminar.
Estamos por terminar la cuaresma. Estamos caminando los cuarenta días del desierto de nuestro mundo interior para poder encontrarnos con Jesús. Y para encontrarlo, necesitamos despojarnos de nuestro “todo”, de nuestros esquemas, de nuestra manera de pensar, de nuestro estilo de vivir. Es morir, para poder resucitar.
La Palabra de Dios del día de hoy nos ayuda también a ver mejor el rito de la toma de posesión del nuevo párroco. Nos ayuda a mirar nuestra “casa”, donde hemos nacido a la fe, donde crecemos y hacia donde tenemos que volver cada vez que nos alejamos por nuestros errores y pecados.
Los obispos reunidos en Aparecida nos describen así la parroquia:
Ellas son células vivas de la Iglesia, convocada y reunida por iniciativa del Espíritu Santo y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta y viva de Dios y de comunión eclesial. (“nuestra tierra prometida”)
Por eso, están llamadas a ser casas y escuelas de comunión, ya que responde y se ajusta al modelo de Iglesia que surge del Concilio Vaticano II y de los Documentos de la Iglesia de Latinoamérica.
Para esto, la renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La
primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia.
Y, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados, a los que se perdieron, se alejaron, a los nuevos que van llegando.
Fiel al espíritu del Evangelio que la renueva constantemente, la parroquia debe reformular estructuras, para que sea una red de comunidades y grupos, de “puertas abiertas” para todos, donde nadie quede afuera, donde todos tengan un lugar. La parroquia es centro de coordinación y de animación de comunidades, de grupos y de movimientos especialmente juveniles. Valoriza las asociaciones tradicionales y acepta y apoya las nuevas formas de experiencia de fe comunitarias.
Por eso, una parroquia renovada multiplica las personas que prestan servicios y acrecienta los diversos ministerios y responsabilidades, especialmente ante los nuevos y cambiantes desafíos (muchas veces a “problemas nuevos, les estamos dando respuestas viejas”). La parroquia se enriquece con dones diferentes y complementarios.
La parroquia requiere organismos que superen cualquier clase de burocracia (Copapa, Cae, etc). Todos los organismos de vida nueva, animados por una espiritualidad de comunión misionera, en la que la parroquia es centro de comunión y participación.
Todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización de los hombres y mujeres en cada ambiente.
Agradezco sinceramente a esta comunidad todo lo que han hecho en estos años con el P. Antonio Rant, que, en un gesto de edificante disponibilidad y suma generosidad, ha aceptado asumir el servicio de animar la nueva y naciente comunidad de San Jorge, sumándola a la grande responsabilidad de Vicario General de la Diócesis. A ti, P. Antonio, un gracias sincero y fraterno. Sólo en el cielo sabrás lo mucho que significa tu persona en nuestra Iglesia diocesana y en la vida de este Obispo.
A tí, Padre Miguel Ángel, ¡gracias por haber aceptado con disponibilidad este servicio! Te toca continuar con esta misión tan delicada de acompañar al Pueblo de Dios que peregrina en el territorio de esta comunidad parroquial. Nuestro afecto y nuestra oración te acompañan siempre.Nuestra Madre, María Auxiliadora y San Juan Bosco, nos regalen a todos, días felices e intensos, llenos de la presencia siempre nueva del Dios de la Vida, que, en este permanente peregrinar hacia la casa del Padre, siempre nos está esperando siempre con su abrazo de misericordia.
Que así sea.
+ Juan Carlos, Padre Obispo de Río Gallegos